por Walter Vargas
Por más esmero que se ponga en meter la mano en el bolso o en rascar el fondo de la olla, hecho el consabido descuento de piedad que conlleva todo debut, en el de Argentina en las Eliminatorias Sudamericanas hubo lo que hubo, sin vuelta de hoja y patrioteros, abstenerse: tres puntos en el bolsillo, ya.
Poco o nada emparentado con Carlos Salvador Bilardo es el joven director técnico de la Selección, Lionel Scaloni, pero una de las conclusiones más plausibles del partido del jueves en la Bombonera es de neto corte criollo, clásico y bilardiano.
“Hay 0-0 y 0-0” es uno de los apotegmas del Doctor, que adaptado a las circunstancias bien puede ser “hay 1-0 y 1-0”.
Bienvenido empezar las Eliminatorias con buen pie en un año de competencia nula por razones demás sabidas, gracias a un penal derivado de una infantil gravitación del adversario, en clave de expresión colectiva entre mediocre y opaca y sin jugadores hayan superado la barrera de los 6 puntos, a excepción de Lucas Martínez Quarta, sobrado de solvencia y jerarquía.
Punto y aparte.
Lionel Messi, para salir rápido de la lupa que lo atañe, dio la talla en sintonía colaboradora, aportó el mínimo de chispazos organizadores tres cuartos de cancha calle arriba y se hizo cargo del penal, sin dejar de sufrir la estructuración general de un equipo lento, espeso y demasiado acomodado a las limitaciones de Ecuador.
¿Qué faltó en la Selección?
Faltó, en principio, salir de la trampa que propuso Gustavo Alfaro, fiel a la ponderación del orden y de una aplicación honrada de manera exponencial en la medida del poderío oponente.
Argentina fue tanto o más ordenada que Ecuador y de ahí se explica que Franco Armani haya vivido una noche menos inquietante que confortable, pero a la vez quedó a merced de esa virtud relativa y dejó las cosas donde en realidad apenas debían empezar, siempre y cuando, desde luego, sus aspiraciones contemplaran jugar más y mejor.
Contenido, moroso, demasiado subordinado a un juego interior que rara vez fecundó (¿de qué jugó Rodrigo De Paul?), amén de la siempre latente inspiración de un Messi necesitado de interlocuciones lúcidas, desaprovechó los buenos movimientos de Lautaro Martínez y las secuencias de armado por los laterales, donde hubo abundancia de hombres y franca superposición.
(En ese sentido, fue Lucas Ocampo quien más sufrió el mazacote táctico).
Las estadísticas no siempre sostienen un concepto, pero a veces sí y he aquí el caso: la Selección dispuso de la pelota el 60 por ciento de una hora y media de juego, acumuló 550 pases con un 82 por ciento de eficacia y… generó no más de un par de situaciones de gol, acaso tres.
Por cierto: cantado como estaba que Ecuador se metería atrás y se haría fuerte en un doble embudo, ¿a guisa de qué amarrar a Leandro Paredes en el rol de mediocampista de contención y descartar sus habilitaciones profundas y su buena media distancia?
Luego: ¿no daba el partido para 25 minutos de Alejandro “Papu” Gómez como posible vía de asociación y aceleración?
¿Qué sentido tiene su convocatoria, que es la convocatoria de un experimentado, si no es para invitarlo a la cancha en circunstancias aconsejables?
En fin: jamás el destino será lo que pudo haber pasado, el destino es lo que efectivamente pasa y, a grandes rasgos, lo que ha pasado representó un triunfo valioso como piedra basal de un camino largo y arduo: un triunfo sin brillos pero también sin zozobras.
Bolivia en los 3.640 metros del Hernando Siles de La Paz fue, es y será una medida específica y por extensión dadora de elementos estimables.
Télam.